viernes, 11 de enero de 2008

Mercurio, enero de 2008

ESPERANDO A LA TORMENTA
Félix J. Palma


Últimamente da la impresión de que el entretenimiento queda relegado a los best sellers, que los escritores de fuste son remisos a tejer historias que abreven en las aguas de la literatura popular. Sin embargo, ahí están autores como José Carlos Somoza, Luis Manuel Ruiz o Albert Sánchez Piñol, que han sabido integrar en sus obras las características más nobles de la novela de consumo, es decir, la acción trepidante, el aire de aventura y sus tramas dinámicas, que avanzan a golpes de intriga, sin que ello suponga ningún quebranto para su calidad literaria. Se trata de una actitud loable, donde confluyen su visión de la literatura con el anhelo de llegar a ese público masivo que a la larga, por mucho que nos pese, son los destinatarios últimos de la literatura.
Andrés Pérez Domínguez es otro de esos escritores con ganas de narrar, que demuestran que el entretenimiento y la literatura no son incompatibles. Ya nos convenció de ello con La clave Pinner, y vuelve a hacerlo ahora con El factor Einstein, novela que como la anterior puede encuadrarse dentro del género de espías, pero que por el cuidado que el autor pone en el retrato de sus personajes, siempre enredados en pasiones propias del alma humana, como la amistad o el sentido del honor, siguen más la estela de John Le Carré o Graham Greene que la de Frederick Forsythe. Si su anterior novela transcurría en Sevilla, esta discurre en Berlín y Nueva York, aunque, pese a la internacionalidad de los escenarios, lo más acertado quizás sea la época escogida, el año 1939, en el que el mundo parecía aguantar la respiración sin apartar los ojos de los tejemanejes de Hitler. No puede el autor, por tanto, favorecerse de la épica de la contienda que estallaría luego, pero tampoco la necesita, porque uno de los aciertos de esta novela es precisamente su clima de tensa espera, esa morbosa e inquietante expectación que sumía al planeta, y que Pérez Dominguez logra transmitir a la perfección al mostrarnos la angustia de los científicos exiliados en América, temerosos de que las investigaciones en el campo de la física atómica pusieran en las voraces manos del Führer el arma más devastadora de todos los tiempos, mientras el resto del mundo todavía creía que la fabricación de una bomba atómica era algo más propio de las novelas de ciencia ficción.
Partiendo de un hecho real, la carta que Einstein dirigió al presidente Roosevelt advirtiéndole que debían fabricar una bomba atómica para adelantarse a los nazis, Pérez Domínguez especula sobre qué pudo ocurrir antes de dicho suceso, y para ello hace viajar a la ciudad de los rascacielos a la agente secreta Frida von Kleinsberg, cuya misión será contactar con Alfonso Altamira, un exiliado que malvive enseñando Física a los chavales acomodados de Brooklyn, para poder recabar información sobre los traidores al Reich, pero sobre todo para comprobar qué saben estos del programa atómico alemán.
ero, como ya hemos dicho, la trama de espías queda en un segundo plano porque al autor le interesan más las pasiones que gobiernan a sus personajes, desde Einstein, al que logra humanizar más allá del tópico, hasta los mencionados Frida Klein y Alfonso Altamira, atrapados a su pesar en un amor subterráneo que sin embargo acabará dividiéndolos, como los átomos de la bomba atómica con la que años después el Enola Gay arrasaría Nagasaki e Hiroshima. Pero eso ya es otra historia, una historia que quizás Pérez Domínguez se decida a contarnos en una próxima novela, porque, tras la lectura de ésta, uno solo puede concluir que valor y habilidad no le faltan.


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